La plenitud no existe:
cada palmo de tu cuerpo es una pérdida
de lo que no lograste alcanzar
o una ganancia
de tenaz jugador de mal perder
al último episodio que te espera.
Y no paras de dar vueltas
como hijo del planeta que te acoge:
pero no en torno al sol ni sobre el eje
que sujeta los pasos de los hombres
sino sobre tu indefensión que es sacudida
y te va sumergiendo poco a poco
en un imperceptible punto
negro
que te devolverá al origen ineludible.
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