Nada suena
que no sea un viento veloz
interminable.
Y cuando amaina, el silencio hiere.
Y cuando el día se desploma
y coloca su suelo como cielo
me desgasto.
Nada habla
que no sea un eco preservado,
un eco a la medida de mi cuerpo de escorpión
que va ensordeciendo
este mísero abandono.
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