Creciste bajo una higuera
cuyo ramaje te ocultaba de las voces.
Imperiosas obligaciones
que hablaban de acatar y someterse.
La vieja y frondosa higuera.
Estancia calma donde nadie advertía
de tu existencia huidiza,
donde a nadie se le ocurría buscarte.
Mientras, hacían clamor con tu nombre
que salpicaba el cristal sonoro del arroyo.
Aquellas lentas y también necias tardes
del estío.
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