La primera piedra que toqué
la encontré cálida.
No quise soltarla. La metí
en una cajita y la nombré amuleto.
Por el día la llevaba a todas partes de manera
secreta.
Mucho después llegaron más reliquias;
detrás de ellas había otros tactos,
las primeras sonrisas de las niñas
y el trueque con los chicos de la escuela.
Pero nada disponía de la misma fuerza
que mi primera piedra.
En ella veía las raíces del mundo.
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